REFLECTION AND MEDITATION OF TODAY’S GOSPEL / SEPTEMBER 17, 2020

Saint Luke 7, 36-50: The forgiven sinner.

Lucas tells the scene with elegance and very significant details. What a contrast between the Pharisee Simon, who has invited Jesus to dinner, and that sinful woman who no one knows how she managed to enter the feast and showers Jesus with signs of affection! Of course, forgiving a sinful woman precisely at the home of a Pharisee who has invited her is a bit provocative. It is not unusual for those present to be scandalized, or because Jesus did not know what kind of woman she was, or that he did not react to her gestures, which were at least a little ambiguous.

But Jesus wanted to convey a basic message in his preaching: the importance of love and forgiveness. The argument seems to fluctuate in two directions. It can be said that he is forgiven because he has loved («his sins are forgiven, because he has a lot of love»), and that he has loved because he has been forgiven («the one who was forgiven the most will love more»). Probably that woman had already experienced the forgiveness of Jesus at another time, and for this she expressed her gratitude to him in such an effusive way.

The scene makes us rethink our behavior with those we consider «sinners.» How do we treat them: encouraging them or sinking them further? We can act with a mean heart, like the Pharisees who judge and condemn everyone, or like the elder brother of the prodigal son who uncompromisingly reproaches him for what he has done, or like Simon and the other guests, who must not be bad people (They have invited Jesus to eat), but they do not know how to be benevolent and love. Or we can behave like the father of the prodigal son, and especially like Jesus himself, who forgives the adulterous woman who is presented to him, and Zacchaeus the publican, and has words of encouragement for this woman who has entered the banquet room and anoints his feet.

Where are we portrayed, in the Pharisees or in Jesus? It is not that we endorse everything. How Jesus did not approve of sin and evil. But to imitate their attitude of respect and tolerance. With our human welcome, we can help so many people – drug addicts, criminals, outcasts of all kinds – to rehabilitate themselves, making the path of hope easy for them. With our righteous rejection we can take away the few spirits they have. Of course, to be benevolent in our judgments with others, we must first be aware that God has shown mercy to us. We have been forgiven a lot and therefore we should be more tolerant of others, without becoming judges always ready to criticize and condemn. God is rich in mercy. He has demonstrated it in Christ Jesus. And he wants to continue showing it through us as well.

Peace and good

Fr. Antonio Majeesh George Kallely, ofm

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Evangelio y Reflexión del día.

Evangelio según san Lucas (7,36-50)

 En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»
Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió: «Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
Palabra del Señor

Un fariseo y una mujer pecadora. Dos mundos distintos, dos maneras diferentes de vivir el encuentro con Jesús: el que se siente pecador y el que se siente justo.
Y Jesús responde con una parábola: «¿Quién de los dos le amará más?». Es la manera cortés que tiene Jesús para prevenir a Simón que él Jesús, ha discernido el amor bajo la ambigüedad de los gestos.
Hay que pasar por la experiencia del pecado para saborear la misericordia divina.
Al final la experiencia del pecado y del perdón es el lugar de una experiencia de ternura, la de Jesús y no de juicio como la de Simón.
¡Dichoso el pecador que puede descubrir la irresistible pasión de Aquel que nos ama hasta el punto de perdonar nuestros pecados!
¿Cómo miras el pecado de los demás? ¿Has sentido la mirada liberadora de Jesús sobre tu pecado?
Hoy celebramos la familia franciscana la fiesta de la impresión de las llagas de Nuestro Padre San Francisco. Desde su conversión, el Seráfico Padre veneró con grandísima devoción a Cristo crucificado. Hasta su muerte no cesó, con su vida y su palabra, de predicar al Crucificado. En 1224, dos años antes de su muerte, mientras estaba sumido en contemplación divina en el monte Alvernia, el Señor Jesús imprimió en su cuerpo los estigmas de su pasión. Era tal su identificación con Cristo que deseaba sentir en su propia carne el mismo dolor que sufrió Cristo en la cruz y el Señor se lo concedió. ¿Llegaremos nosotros tan lejos en el seguimiento de Cristo pobre y crucificado?

¡Paz y Bien!

Fr. Manuel Buiza, ofm

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Evangelio y Reflexión del día.

Evangelio según san Juan (19,25-27)

 En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.»
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor

Ayer contemplábamos la cruz como señal inequívoca del amor de Dios a los hombres. Hoy la Iglesia contempla a «María iuxta crucen Jesu». Así María, es la primera que sufriendo con su Hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo absolutamente especial en la obra del Salvador.
Podemos vivir con paz y serenidad nuestro dolor, es el mensaje de Cristo crucificado y de María dolorosa, pues el dolor habita también en el mundo divino, ha sido asumido en la Encarnación por el mismo Hijo de Dios y compartido con su madre. Mediante su experiencia de dolor, nuestro dolor puede ser sustraído a la maldición y convertirse en mediación de vida salvada y en servicio de amor.
María, mujer del dolor, madre de los vivientes, Virgen junto a la cruz, donde se consuma el amor y brota la vida nos acompaña en nuestro caminar, y junto al discípulo amado y en él a toda la Iglesia, nos propone la belleza de este estilo de discípulado no exento de encrucijadas de dolor pero lleno de una inmensa confianza y ternura en medio del misterio del dolor presente en el corazón de cada uno de nosotros.
Que no se te escape este día sin hacer un alto y contemplar el misterio del dolor y del sufrimiento delante de la cruz…. con mirada de madre.

¡Paz y Bien!

Fray Manuel Díaz Buiza

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