REFLEXIÓN Y MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY/ 20 DE AGOSTO 2020.

San Mateo 22,1-14: Parábola del banquete de bodas.
En evangelio de hoy contiene una parábola principal: la del banquete de bodas, y otra, independiente en su origen, pero adosada a la misma por el evangelista: la del traje de fiesta.
El pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia. La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los invitados que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar.
Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. ¿Nos hubiéramos atrevido nosotros a comparar a la Iglesia, sin más, a un banquete de bodas? Pues Jesús la compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia. Aunque muchos no acepten la invitación -llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo-, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada… convidadlos a la boda». El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino.
También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos. Cuando Jesús alaba a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ve en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta.
Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Como decía San Francisco de Asís, todo lo que tenemos es don de Dios por eso debemos que devolver a Dios y a los demás. También todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete -a la hora primera o a la undécima, es igual- debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10).
Vamos a pedir al Señor que nos dé un corazón de carne; dice en la primera lectura de hoy, (Os daré un corazón, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón piedra, y os daré un corazón de carne ( Ez36, 26).
¡Paz y bien!
Fr. Antonio Majeesh George Kallely, OFM.

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