San Lucas 9,18-22: Tú eres el Mesías de Dios.
Ayer en el evangelio vimos que el interesado por saber quién era Jesús fue Herodes. Hoy la pregunta se la hace Jesús mismo a sus discípulos. Primero, «¿quién dice la gente que soy yo?». La respuesta es la misma de ayer: Elías, o Juan, o un profeta. Pero en seguida Jesús les interpela directamente: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». La respuesta viene, cómo no, de labios de Pedro, el más decidido del grupo: «El Mesías de Dios”. Mesías es palabra hebrea. En griego se dice Christós. En castellano, Ungido. Jesús es el Ungido de Dios, o sea, aquél sobre quien Dios ha enviado su Espíritu, ungiéndole con su fuerza, para que lleve a cabo una misión.
Hoy Jesús pregunta a cada uno de nosotros esa misma pregunta que había hecho a sus discípulos: ¿quién es Jesús para nosotros? Claro que «sabemos» ya quién es Jesús. No sólo creemos en él como el Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, sino que le queremos seguir con fidelidad en la vida de cada día. Pero tenemos que refrescar con frecuencia esta convicción, pensando si de verdad nuestra vida está orientada hacia él, si le aceptamos, no sólo en lo que tiene de maestro y médico milagroso, sino también como el Mesías que va a la cruz, que es lo que él añade a la confesión de Pedro. Esto último es lo que más les costaba a los apóstoles aceptar en su seguimiento de Jesús, porque el mesianismo que ellos tenían en la cabeza era más bien triunfalista y sociopolítico.
Hoy sería bueno preguntarnos ¿Quién es Jesús para mi ahora, en esta etapa concreta de la vida que estoy viviendo? Porque puede haber una evolución -muchas voces saludable- en mi comprensión de la figura de Jesús. A no ser que me haya hecho una imagen a mi medida, con selección de aspectos del evangelio, en vez del Jesús auténtico, con la cruz incluida. Por ejemplo, el Jesús con quien comulgamos en cada Eucaristía es el «Cuerpo entregado por…»: y debemos ir asimilando a lo largo de la jornada esa misma actitud de entrega nuestra por los demás.
La pregunta puede completarse en dirección a nuestro apostolado con los demás: en la catequesis, en la predicación, en la reflexión teológica, ¿a qué Jesús anuncio yo? ¿al Jesús del evangelio, o al que nos «gusta» porque lo presentamos más cómodo y según la tendencia ideológica de turno? La Buena Noticia no nos la inventamos. Nos viene de Cristo, consoladora y exigente al mismo tiempo.
Paz y bien
Fr. Antonio Majeesh George Kallely, OFM