Evangelio y Reflexión del día. Por Fray Manuel Díaz Buiza

Amor para siempre

Marcos (10,2-16)Evangelio según san Marcos (10,2-16)

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés Permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.» De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor

El amor, tal como manó del corazón inmenso de Dios, era un bloque de oro puro: sin ganga de egoísmo, sin fisuras de incomprensión, hecho para crecer y hacer crecer, para dar felicidad, para sembrar vida. No es que el hombre pudiera así, de pronto, conseguir y poseer ese amor perfecto, pero estaba llamado a tender hacia él, a intentar cada día subir un poco, si quiera un palmo, hacia esa meta utópica de parecerse al puro y fiel amor del Padre Dios. Se contaba con la posibilidad de caídas, de cansancios, de traiciones , pero para eso estaban las lágrimas del arrepentimiento y el bálsamo del perdón, la alegría del abrazo redescubierto.
Pero ocurrió que el hombre, muchos hombres, cansado de intentarlo una y otra vez, se fueron sentando al borde del camino y dieron en pensar que por qué tanto esfuerzo para alcanzar lo inalcanzable, y a santo de qué había que pensar en el otro, estando yo más cerca. Y que por qué razón aguantar, disculpar, tolerar, comprender, perdonar, siendo más fácil dar el portazo e irse. Y por qué someterse a que alguien, aunque sea el mismísimo Dios, me diga lo que he de hacer, siendo como soy libre…Y así, paso a paso, lentamente al principio y desmadradamente después, se produjo el desastre.
Por eso Jesús en el Evangelio hace dos afirmaciones relevantes. La primera de todas es que no es voluntad de Dios que el hombre esté por encima de la mujer, porque fueron creados iguales para formar juntos una nueva realidad, «una sola carne», con la expresión bíblica. De modo que los dos juntos, entregándose, amándose, uniéndose y siendo fecundos… son la imagen de Dios.
En segundo lugar: la Ley de Moisés había buscado un «cauce» legal para los casos en que el matrimonio no funcionaba, por culpa de la «estrechez de corazón», la terquedad de los hombres. Esa Ley mosaica intentaba defender a la mujer, concediendo al varón el «derecho» a dejarla «libre» de su matrimonio, sin que se la pudiera acusar de adulterio. De ahí se pasó a una mentalidad divorcista donde el varón podía hacer casi lo que le diera la gana con ellas. Pues bien: Jesús no entra al trapo de las discusiones rabínicas sobre los motivos para poder romper el vínculo matrimonial, ni tampoco descalifica directamente la Ley de Moisés, como esperaban los fariseos. Sino que se remonta y «recuerda» cuál era el proyecto primero de Dios: El amor para siempre.
Ese amor que han vivido ¿Todos? No, ciertamente. Pero si un grupo, un grupo pequeño de fieles, de soñadores, de hombres y mujeres que siguen diciendo, y lo demuestran con sus vidas, que sí, que el amor, el único amor de verdad, es aquel que salió de las manos y del corazón de Dios, y que es posible, con su gracia, y que da la felicidad: tanto, que, para conseguirlo, vale la pena todo el esfuerzo que cuesta. Pocos, sí, pero ¿acaso se necesita mucha levadura para que toda la masa fermente?
Habrá quien quiera seguir otros caminos, ¡bueno! él verá lo que hace. Pero que no quiera decirnos que el camino es ése. Y menos aún pretenda que Dios -la Iglesia-baje listón, que rebaje al amor hasta ponerlo en la medida de nuestra mediocridad.
¡Paz y Bien!

¡Paz y Bien!

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