¿Quien podrá impedir a Dios que ame?
Evangelio según san Lucas (10,13-16)
En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».
Palabra del Señor
Las palabras de Jesús a las ciudades vecinas de Corazaín y Betsaida no es una amenaza ni suena a condena. Es una llamada a acoger la gracia, la fe en Dios.
Así cuando la luz de la fe se proyecta sobre la vida, hace que nuestros actos vayan impregnados de amor, impulsados por la atención dirigida a los otros y por el deseo de hacer que nazca en ellos la felicidad. Si falta esta fuerza de amor, no sólo el hombre y el mundo se secan y se endurecen sino que queda bloqueado en el hombre el proyecto creador de Dios. A esta realidad le llamamos pecado: cuando le damos la espalda al amor de Dios.
Ese es el pecado de estas ciudades.
Pero ¿quien podrá impedir a Dios que ame? ¿Quién podrá impedir a la savia que lleve la promesa de las flores?
Basta con que reconozcamos nuestra pobreza y un tímido deseo de amar abran una fisura en nuestro corazón endurecido: entonces la savia de la gracia subirá dentro de nosotros. Sin eso, Dios no puede hacer nada. Por eso precisamente Corazaín y Betsaida son más desgraciadas que Tiro y Sidón.
¡Qué pobre es nuestro amor! Pero sólo el DESEO de amar cada día más y mejor hace posible que el Reino de Dios vaya calando en el corazón de Dios.
¡Paz y Bien!