Evangelio según san Juan (3,13-17)
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
Palabra del Señor
Celebramos hoy la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. ¡Qué locura! ¡Jesús quiere conquistar a los hombres por la cruz!
Él espera de nosotros que nos rindamos al verlo crucificado. Que descubramos que no hay otro camino de vida y de salvación que no pase por la cruz.
Cruz gloriosa porque, en lo sucesivo, el rostro del hombre sufriente resplandece con el amor de Dios.
El Señor es levantado delante de nuestros ojos para que, al mirarlo, al amarlo, al cuidar de Él, quedemos curados; quiero pensar que, en cada crucificado, el Señor nos atrae hacia Él, para que seamos semejantes a él en ternura, en compasión, en misericordia.
Luchemos contras todos los que son crucificados hoy, contra todos los clavados en las razones de las más de 50 guerras todavía en activo; en las reglas del sistema económico que excluye cada vez a más persona; en el humilladero de las fronteras hacinados en tanta isla de Lesbos”; en la crueldad de las alambradas que cierran el paso a los hambrientos y en la fragilidad de pateras, balsas y cayucos.
Luchemos contra esas cruces y pongamos en ella el amor, único antídoto que hace retroceder la muerte y el dolor.
¡Paz y Bien!
Fray Manuel Díaz Buiza, ofm