Reflexión del Evangelio de viernes, III semana de Adviento

Hoy en el evangelio el anuncio del ángel a José nos sitúa ya en la proximidad del tiempo mesiánico. La interpretación que de esta escena hacen ahora los especialistas nos sitúa a José bajo una luz mucho más amable. No es que él dude de la honradez de María. Ya debe saber, aunque no lo entienda perfectamente, que está sucediendo en ella algo misterioso. Y precisamente esto es lo que le hace sentir dudas: ¿es bueno que él siga al lado de María? ¿es digno de intervenir en el misterio?

El ángel le asegura, ante todo, que el hijo que espera María es obra del Espíritu. Pero que él, José, no debe retirarse. Dios le necesita. Cuenta con él para una misión muy concreta: cumplir lo que se había anunciado, que el Mesías sería de la casa de David, como lo es José, «hijo de David» (evangelio), y poner al hijo el nombre de Jesús (Dios-salva), misión propia del padre. «Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel». Admirable disponibilidad la de este joven israelita. Sin discursos ni posturas heroicas ni preguntas, obedece los planes de Dios, por sorprendentes que sean, conjugándolos con su profundo amor a María. Acepta esa paternidad tan especial, con la que colabora en los inicios de la salvación mesiánica, a la venida del Dios-con-nosotros. Deja el protagonismo a Dios: el Mesías no viene de nosotros. Viene de Dios: concebido por obra del Espíritu.

Hoy la palabra del Señor nos interpela con una pregunta; ¿Acogemos así nosotros, en nuestras vidas, los planes de Dios?. La historia de la salvación sigue. También este año, Dios quiere llenar a su Iglesia y al mundo entero de la gracia de la Navidad, gracia siempre nueva. Nos quiere salvar, en primer lugar, a cada uno de nosotros de nuestras pequeñas o grandes esclavitudes, de nuestros Egiptos o de nuestros destierros. Durante todo el Adviento nos ha estado llamando, invitándonos a una esperanza activa, urgiéndonos a que preparemos los caminos de su venida.

Entonces ¿A quién ayudaremos en estos días a sentir el amor de Dios y a celebrar desde la alegría la Navidad cristiana? No somos nosotros los que salvaremos a nadie. También aquí es el Espíritu el que actúa. Nuestra «maternidad-paternidad» dejará el protagonismo a Dios, que es quien salva. Pero podemos colaborar, como José, desde nuestra humildad, a que todos conozcan el nombre de Jesús: Dios-salva.

O ADONAI : «Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley: ven a librarnos con el poder de tu brazo» «Adonai» es otro nombre de Yahvé, que subraya su cualidad de Señor, Guía y Pastor de la casa de Israel.

En el A.T. en verdad Dios guió y salvó a su pueblo, con brazo poderoso, de la esclavitud de Egipto, sirviéndose de su siervo Moisés. Ahora le pedimos que también nos salve a nosotros de tantas esclavitudes que nos pueden agobiar, enviándonos al nuevo Moisés, Cristo Jesús. A pesar de la humildad de Belén, nosotros, juntamente con todo el N.T., vemos en Jesús al Kyrios, al Señor que Dios ha enviado para salvarnos con brazo poderoso.

Fr. Antonio Majeesh George Kallely, OFM

¡Paz y bien!

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