San Lucas 8,19-21: La familia de Jesús.
En el evangelio de hoy vemos que entre los muchos que seguían a Jesús, aparecen también «su madre y sus hermanos», o sea, María su madre y los parientes de Nazaret, que en lengua hebrea se designan indistintamente con el nombre de «hermanos». ¿A qué vinieron? Lucas no nos lo dice. Marcos, en una situación paralela, interpreta la escena como que los familiares, asustados por lo que se decía de Jesús y las reacciones contrarias que hacían peligrar su vida, venían poco menos que a llevárselo, porque decían que «estaba fuera de sí» (Mc 3,20-21). Lucas, que parece conocer noticias más directas -¿de parte de la misma Virgen?- no le da esa lectura. Podían venir sencillamente a saludarle, a hacer acto de presencia junto a su pariente tan famoso, a alegrarse con él y a preocuparse de si necesitaba algo.
Jesús aprovecha la ocasión para decir cuál es su nuevo concepto de familia o de comunidad: «mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra». No niega el concepto de familia, pero sí lo amplía, dando prioridad a los lazos de fe por encima de la sangre. Continúa, por tanto, el eco de la parábola que leíamos el sábado: la de la semilla que es la Palabra de Dios. Da fruto cuando se acoge bien y se pone en práctica.
La nueva comunidad de Jesús no va a tener como criterio básico la pertenencia a la misma raza o familia de sangre, sino la fe. Ciertamente en el pasaje de Lucas no podrá entenderse esto como una desautorización de su madre, porque el mismo evangelista la ha puesto ya antes como modelo de creyente: «hágase en mí según tu palabra». Al contrario: es una alabanza a su madre, en la que Jesús destaca, no tanto su maternidad biológica, sino su cercanía de fe. Su prima Isabel la retrató bien: «dichosa tú, porque has creído».
Nosotros pertenecemos a la familia de Jesús según esta nueva clave: escuchamos la Palabra y hacemos lo posible por ponerla en práctica. Muchos, además, que hemos hecho profesión religiosa o hemos sido ordenados como ministros, hemos renunciado de alguna manera a nuestra familia o a formar una propia, para estar más disponibles en favor de esa otra gran comunidad de fe que se congrega en torno a Cristo. Pero todos, sacerdotes, religiosos o casados, debemos servir a esa «super-familia» de los creyentes en Jesús, trabajando también para que sea cada vez más amplio el número de los que le conocen y le siguen.
Paz y bien
Fr. Antonio Majeesh George Kallely, OFM