HOJAS GUADALUPENSES. Con Flores a María

Dice el venerable romancero:

“Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor… “

Cuando la primavera mayea se hace patente la alabanza de San Francisco de Asís:

“Y la hermana madre tierra, que es toda bendición, nos da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores de color, y nos sustenta y rige, loado mi Señor”.

Y dice la memoria que por mayo, la Iglesia, es un ir y venir, con flores a María, porque el quinto mes del año es tiempo alegre de pascua, para volar vítores, plegarias y pétalos a la Madre del Resucitado, la mujer bendita por haber creído hasta la médula en el Dios de la vida y de los vivos…

Hambrienta de agua, la primavera se ha adelantado como queriendo beber a sorbos el tiempo de seca sequía que nos viene. Sin paciencia, los matorrales del sotobosque de las Altamiras se han llenado de los botones blancos de la flor de la jara. Parecen mariposas grandes, níveas y brillantes posadas en el verde resinoso que las mece. La flor de la jara tiene cinco pétalos alados de blancura, cada uno con una pinta de color bronce en donde se unen al tallo poblado de estambres áureos que sacian de polen las abejas, jornaleras aladas de la mejor miel.

Con flores a María… con jaras a porfía… La jara es una flor más para ser vista que tocada; más para dar miel, que para adornar capillas, más de carrascales que de jardines. Tiene la hermosura indómita de quien sabe quién es y a quién se debe. La libertad esclava de su estar anclada al suelo la impide a la jara volar, sueño que sublima en el vuelo vagaroso de las abejas que  destilan oraciones de lágrimas de miel. No se pueden ofrecer flores de jara en un altar a María, pringan siempre de aceite de ládano las manos, se marchitan como un papel ajado de seda apenas cortadas…

Por eso me gusta ir con flores a María, con jaras a porfía; porque están abotonando de nácar el manto de los carrascales de las Villuercas, como un bordado salvaje cosido con hilos melosos y abalorios de resina. Ofrecen su polen con la gratuidad pobre de quien se sabe impedido para volar, pero con la certeza íntima de guardar en sus pétalos de mariposa de papel el misterio de la libertad generosa… como aquella joven de Nazaret que guardaba las cosas de Dios en su corazón (Lc 2,19)

Los campos de cereal tiene sed y las praderas se visten de mieses silvestres que apuran las frescuras primaverales sabiendo que pronto agostarán su paleta de mil colores. En este mar de verduras, las amapolas, emergen como cabezas escarlatas que quisieran otear el horizonte en su efímera rojez. La flor de la amapola tiene cuatro pétalos como de papel de arroz, terso por un día, marchito a la noche, ajado de inmediato si se corta… La amapola se sabe flor de jornada y no quiere vivir más porque no vive para sí, sino para tintar de bermejos lunares las mieses de espigas, para asperjar de tinto mosto las praderas, los campos de flores silvestres.

Con flores a María… con amapolas a porfía… Las amapolas son una flor frágil y bella, pobre y fecunda, colorida y terrenal. Se adelanta a nacer y se apresura a morir. Madura en su cáliz semillas minúsculas como cabezas de alfileres. Se sabe inmigrante en los trigales, extranjera en el heno, distinta y distante navegando en pateras el mar de las prados… se sabe común pero hermosamente bienaventurada.

Por eso me gusta ir con flores a María, con amapolas a porfía; porque no puedes encarcelarlas en un jarrón, ni aprisionarlas en un ramo, ni adornar una ofrenda. Son peregrinas eternas agotadas en un día, ocupas de suelos ocupados, misioneras en tierras de infieles, belleza furtiva en solares de escombros… Se saben únicas y son tan comunes. Son tan alegres como la belleza de un niño.

La amapolas son tan limpias como las bienaventuranzas del corazón, como la de aquella mujer que a voz en grito lanzó sincera la más bella flor a la María, “Dichosos el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”; amapolando las mejillas del Hijo de Dios, que sólo acertó a decir: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 27-28).

Venid y vamos todos, con flores a María,
con jaras y amapolas a porfía,
que Madre nuestra es.
Venid y vamos todos a Guadalupe.

Fray Vidal Rodríguez López, ofm. Guadalupe, 7 de mayo de 2023. Día de la Madre
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