¡Dios ama al mundo!
Evangelio según san Juan (3,16-21)
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor
La «noche» de Nicodemo se sigue iluminando con las palabras de Jesús: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». ¿Cómo creer que el tenebroso secreto del mundo reside en el palpitar de un corazón que ama?
Esta es la única confesión que se nos exige para ser fieles a nuestros orígenes. A Dios ya no hay que buscarlo en el ámbito de lo útil o de lo utilizable.
Dios no es un súper ingeniero que vele por el mantenimiento del mundo. La única afirmación que el Evangelio nos permite hacer es esta inaudita aseveración: «¡Dios ama al mundo!» Ya no es posible pensar a Dios sino es como amor. ¡Dios está enamorado! Ha apostado para siempre por el hombre para que este viva su amor.
El campo de batalla entre la luz y las tinieblas es el corazón del hombre. Allí es donde tiene que reinar e iluminar el amor de Dios. El pecador odia la luz, porque sus obras son malas, y sabe que la luz hará manifiesto su pecado. El hombre justo va a la luz, porque sabe que sus obras son buenas, y da gracias a Dios por ello, fuente de toda verdad.
Somos hijos de la luz y tenemos que comportarnos como tales, dejando que el amor ilumine nuestras vidas y la de nuestros hermanos.
¡Paz y Bien!