Evangelio y Reflexión del día. Por Fray Manuel Díaz Buiza

Juan (11,45-57)Evangelio según san Juan (11,45-57)

En aquel tiempo,muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron:
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación».
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».
Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.
Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban:
«¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?».
Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.
Palabra del Señor

Estamos a las puertas de la Semana Santa y el drama de Jesús entra en su punto álgido de controversia; las autoridades traman su asesinato. En el Evangelio se nos relata cómo la fama de Jesús ha crecido debido a sus signos, en especial por el último realizado, la resurrección de su amigo Lázaro. Su popularidad se ha convertido en su peor amenaza, la gente ha creído en él, y tiene muchos adeptos, cosa que perturba a los jefes judíos, que temen perder de nuevo su templo y la débil paz de Israel.
El sumo sacerdote proclama unas palabras que se convierten, sin pretenderlo, en profecía: “es mejor que muera uno solo por el pueblo, y que no perezca toda la nación” (v.50) Jesús, el Siervo Sufriente, cargará sobre sí el pecado, los sufrimientos y la negatividad del mundo entero. Su entrega generosa y radical será el signo mayor por el cual todos creerán y tendrán vida plena.
Ante el acontecimiento pavoroso de la cruz Jesús siente miedo, el mismo miedo que experimentará en la noche de la agonía de Getsemaní, “por eso ya no andaba públicamente entre los judíos” (v. 54). Sin embargo, será en la cruz donde brillará la luz del amor que supera todo temor. Es en la cruz donde Jesús llevará a pleno cumplimiento la voluntad del Padre, revelando al mundo que es el amor el que salva y da vida verdadera. Esta es la verdad que nos libera. Esta es la verdad que acogerán las naciones como buena noticia.

¡Paz y Bien!

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