Evangelio y Reflexión del día. Por Fray Manuel Díaz Buiza

Juan (5,31-47)

Evangelio según san Juan (5,31-47)

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
– «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».
Palabra del Señor

¡Pobre Jesús! Pretende que sus obras den testimonio de Él, y precisamente le rechazan los judíos por ellas. A lo largo de la historia religiosa de los hombres, siempre se ha hecho la misma acusación. Dios no puede tener ese rostro tan excesivamente humilde y vulgar. Preferimos el dios de los héroes y de los santos; no podemos aceptar el de los pequeños y los pecadores. Pero «mi gloria no la recibo de los hombres» dice Jesús.
«Mis obras dan testimonio de que el Padre me ha enviado». En el momento de la Cruz, el enviado será objeto de burla. Pues he aquí «la obra»que autentifica su misión: una vida entregada hasta el final. La Cruz derriba los pedestales de los falsos dioses. Los dioses de los justos, de los ricos, de los satisfechos; los dioses cuyas gracias se compran y cuyo favores hay que ganarse… Esos dioses sólo sirven para ser derribados, pues no son más que becerros de oro de pacotilla, imágenes deformadas de quién las han fabricado. Dios tendrá para siempre el rostro de un crucificado, expulsado fuera de las murallas de la ciudad, injustamente condenado.
Dios ha elegido en el universo la única señal en la que se reconoce: una cruz plantada en el corazón del mundo. Los que la miran quedan salvados.
No te canses de mirarlo en la cruz.

¡Paz y Bien!

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