Existe un viejo cántico que dice “Si vivimos, vivimos para Dios. Si morimos, morimos para Dios. En la vida y en la muerte somos de Dios”. Es como un aliciente para descubrir que siempre estamos en las manos amorosas del Padre llenas siempre de Vida. Ese es el sentido que debe buscar un cristiano en la Conmemoración de los Fieles Difuntos que celebramos hoy.
Al día siguiente de la Solemnidad de Todos los Santos recordamos a los que murieron con alguna falta y se encuentran en el Purgatorio, limpiándose de ellas. El Libro bíblico de los Macabeos en el Antiguo Testamento recuerda que Judas Macabeo hizo una colecta por los difuntos y oró por ellos. El propio Libro señala que obró así con gran rectitud y nobleza porque sino hubiese creído en ello hubiese sido inútil y ridículo.
Ya en los principios de la Iglesia San Gregorio Magno recomienda orar por los que han muerto y se encuentran necesitados de oraciones para su purificación. San Agustín, por su parte, pide a sus fieles de Hipona que no se olviden de orar por su alma una vez haya pasado de esta vida a la otra. Pero será San Odilón de Cluny quien pida a todos los monasterios que oren por los difuntos especialmente quedando así instaurada esta jornada tal y como ha llegado a nuestros días.
Y es que los benedictinos había empezado a ofrecer Misas en sufragio por los que habían fallecido. San Juan Pablo II en el Catecismo vuelve a recordar la realidad del Purgatorio donde van las almas de quienes murieron en pecado venial, con lo cual aún deben purificarse de sus faltas para entrar en el Reino Eterno.
Fr. Antonio Majeesh George Kallely, OFM.