¡Donde esté tu corazón, allí está tu corazón!
Evangelio según san Mateo (6,19-23)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!»
Palabra del Señor
Dios me ama tal como soy. Dios tiene fe en mi y espera que mi corazón se vuelva poco a poco a El. Dios sueña verme un día viviendo la armonía del Reino como sus discípulos. ¡Ahí está nuestro tesoro! La fe no es otra cosa que el descubrimiento del Reino día a día. En él se encuentra la fuente de transformación de nuestro corazón. La promesa del tesoro de Dios nos llena de admiración.
Y aunque somos herederos de una nueva promesa, la del amor eterno, seguimos volviendo los ojos a nuestros viejos amores.
La fe genuina nos invita a arriesgarnos, a tener que venderlo todo para comprar el campo donde se esconde la perla de valor incalculable; a responder a la ternura de Dios que tira de nosotros hacia adelante y hacia el fondo de nuestro corazón.
Tu tesoro sólo tendrá el valor que hayas tenido que pagar para adquirirlo… ¿Qué precio has tenido que pagar?
¡Donde esté tu corazón, allí estará tu tesoro también!
¡Paz y Bien!