Evangelio y Reflexión del día. Por Fray Manuel Díaz Buiza

Juan (8,1-11)Evangelio según san Juan (8,1-11)

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor

Mirad a esta mujer. Ha perdido su aire altivo y no se atreve ni a levantar la cabeza. Esta mujer ha pecado, ha transgredido la ley y la ley no puede hacer nada por ella. La ley puede denunciar el pecado pero no puede hacer nada por el pecador.
La mujer está muerta, pues todos esos hombres, que la desnudan con la mirada, sólo ven en ella a la esposa adúltera. Se la reduce a su pecado, y ya no puede vivir.

Mirad también a Jesús. En silencio escucha y ve la dramática situación. Con el dedo escribe en la arena, quiero imaginar lo que pondría: «estos no se están enterando de nada, amor, amor y misericordia es lo que he venido a traer». Y Jesús denuncia el juicio. Su astucia reside en abordar a los fariseos no en el terreno donde ellos atacan, sino en el de su propia conducta: «Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Hay que ser severos con el error y misericordioso con el errado.

Mirad a los fariseos. No buscan liberar a esta mujer, les importa muy poco su salvación. Disfrutan siendo jueces de lo ajeno. Y con las piedras en las manos, señal inequívoca de su dureza de corazón, para colmo, esperan coger a Jesús en un renuncio. Y uno a uno, tanto jóvenes como viejos, tiran sus piedras, cierran sus bocas, agachan su mirada y se marchan consciente de sus pecados aún no reconocidos ni, por lo que se ve, necesitados de perdón.

Y Jesús la mira, y ella alza su mirada. Es el cruce de miradas que Dios está dispuesto hacer con todo el que se sienta pecador: «Mujer ¿ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno». Hasta entonces nadie le había hablado. Se había hablado de ella, de su pecado. Ahora alguien le dirige la palabra sin identificarla con su falta:»mujer».
Y a pesar de tanto derroche de misericordia, el proceso contra Jesús ya ha comenzado. No se salva la vida de otros sin dar la propia. Cuando rehabilita a la acusada, Jesús ya está en el monte de los olivos. De hecho, el juicio ya está pronunciado: matar al liberador mientras abre el camino de la salvación y el perdón. ¡Quién entiende el corazón del hombre!
Y Cristo le dice: «yo tampoco te condeno». No te quedes en el polvo, con los ojos vueltos hacia tu pecado, pues Dios te llama a la vida, Dios te quiere libre: «anda, en adelante no peques más».
Y tú ¿qué haces con tu pecado?¿te acerca a Dios? o ¿prefieres mirar al pecado de los demás?

¡Paz y Bien!

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