Evangelio según san Marcos (1,40-45)
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor
Es fácil estar de acuerdo con aquella vieja fábula que invitaba a no dejar ni una sola manzana podrida en el cesto por miedo a que se pudran las demás. Tiene su lógica, es razonable. Y así, se nos ha educado a «defendernos» de todo lo que nos pueda contaminar y apartarnos para que no nos salpique tanta suciedad. Nos han enseñado a separar, a marginar, a poner a parte a tantos «leprosos» de hoy: drogadictos, alcohólicos, chorizos… hasta sentimientos así estamos sintiendo con el coronavirus.
Pero viene Jesús y lo pone todo al revés. «Se le acerca un leproso y Él, sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó (¡qué atrevimiento!) diciendo: Quiero, queda limpio». Él ha venido a liberar, a salvar. No quiere que se margine a nadie. ¿Cómo podrá sanar un enfermo, si de antemano se le corta todo contacto con la vida?
Se trata de una encrucijada: o buscamos solamente no contaminarnos con el mal, conservarnos limpios e impecable, colocar lejos de nuestra vista toda pobreza y maldad, es decir, a no mezclar las manzanas sanas con las podridas o, apostamos por la lógica evangélica: un poco de levadura, metida en la masa, es capaz de transformarla; un grano de sal, muriendo dentro, acaba dando sabor a toda la comida.
De lo que se trata es de ir por el mundo con los brazos abiertos acogiendo, comprendiendo, compartiendo, integrando; aún a costa de tragarnos el miedo de que algo sucio se nos pueda pegar. Ir por el mundo dando la vida. Amando.
Por cierto, hay otra lepra, la interior que todos llevamos, también esa la toca el Señor, siempre que primero, la hayamos reconocido, segundo, que te duela y, tercero, que supliques con humildad su curación. Entonces el milagro acontece y la alegría llenará la casa de tu corazón y contagiarás a todos los que te rodean. Pues lo dicho, ¡a ser fermento!
Dejémonos contagiar de solidaridad y seamos como uno de tantos que creen en el proyecto de Manos Unidas devolviendo la dignidad a tantos hombres y mujeres en los países necesitados del tercer mundo.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!