Paz y bien a todos los hermanos, amigos y conocidos.

Os presento con estas sencillas palabras y expreso el motivo más profundo de la devoción de san Francisco de Asís a la Virgen María.

Puesto que la encarnación del Hijo de Dios constituía el fundamento de toda su vida espiritual, y a lo largo de su vida se esforzó con toda diligencia en seguir en todas las huellas del Verbo encarnado, debía mostrar un amor agradecido a la mujer que no sólo nos trajo a Dios en forma humana, sino que hizo «hermano nuestro al Señor de la majestad». Esto hacía que ella estuviera en íntima relación con la obra de nuestra redención; y le agradecemos el que por su medio hayamos conseguido la misericordia de Dios.

Por eso la devoción mariana en el franciscanismo encuentra su cuna en el «connubio» intimo entre el santo de Asís y la Virgen María: las alabanzas de San Francisco de Asís a la Virgen, demuestran toda la profunda devoción que el santo nutría por la Madre de Cristo. Una veneración fundada en la experiencia de Cristo vivida por el santo: sus escritos y su espiritualidad son marcadamente cristo-céntricos. Era inevitable, pues, que el amor por el hijo lo llevase al encuentro y al amor por la madre. María es para San Francisco la «Virgen hecha Iglesia», o sea no sólo Madre de Jesús, sino también Madre de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo.

El estudio de la «teología de María» debe hacer referencia siempre al «primado de Cristo»  e ilustrar que las «funciones y privilegios de la B. Virgen María tienen a Cristo, fuente de toda verdad, santidad y devoción» (Lumen Gentium, 67).

En honor a la Santísima Virgen María, San Francisco de Asís escribió uno de sus textos más bellos saludándola así:

«Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien. Salve, palacio suyo; salve, tabernáculo suyo; salve, casa suya.

Salve, vestidura suya; salve, esclava suya; salve, Madre suya y todas tus santas virtudes, que son infundidas por la gracia e iluminación del Espíritu Santo en los corazones de los fieles, para que dé infieles hagas fieles a Dios.»

San Francisco presenta a María, como la madre de Dios y aparece ante él como el hogar propicio de la Trinidad, promesa a los que escuchan la voz del Señor. En María se realiza en plenitud, el modelo para cada creyente, la imagen perfecta de la iglesia: The woman is the church.

Sí San Francisco de Asís, santo de verdad, enseña así a amar y venerar a la Madre de Dios, también nosotros sepamos hacerlo, imitándola en su fe.

Fr. Antonio Majeesh George Kallely, OFM.

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